Voy por la M40 y me encuentro con un atasco
¿Por qué siempre me toca a mi?
Maldigo y miro al sentido contrario, donde los coches se dirigen hacia el sur a una velocidad que envidio. Mientras durante una hora iba cambiando de punto muerto a primera a paso de tortuga me pregunté si de verdad era un tío tan desgraciado. ¿Cómo es que casi siempre me pongo en la cola (banco, supermercado, tienda, carretera) que va más lenta? ¿O es que me engaño en mi apreciación? Supongamos que en la M40 se produce un atasco el 10% del tiempo. La probabilidad de que un día concreto me quede atascado no es mayor que la probabilidad de que aparezca el atasco, o sea, el 10%. Pero la probabilidad de que en determinado momento de mi viaje esté realmente en un atasco es mayor que el 10%. El motivo: como en el atasco solo avanzo lentamente, paso mucho tiempo en el atasco. A eso se añade que, cuando el tráfico fluye sin interrupciones, no pienso en que podría estar atascado. Pero en el momento en que me quedo parado, soy muy consciente del atasco.
Lo mismo vale para las colas en los mostradores del banco o los semáforos en rojo:
Si en un trayecto entre A y B hay diez semáforos de los que de media uno está en rojo (10%) y cambia a verde, uno pasa más del 10% del tiempo total parado en el semáforo rojo. ¿Incomprensible? Imagínate que viajas a la velocidad de la luz. En ese caso estarías el 99,99% del tiempo de viaje esperando y maldiciendo delante de un semáforo rojo.
El sesgo de autoselección es omnipresente.
Los responsables de un boletín electrónico envían un cuestionario a sus suscriptores para saber cómo valoran el boletín. Lamentablemente, este cuestionario solo lo reciben los clientes suscritos al boletín y que no se han dado de baja, así que básicamente son clientes satisfechos. Resultado: la encuesta no tiene valor alguno.
Un ejemplo que lo suelen cometer los creyentes cuando se creen en la especie elegida cuando aseguran que él, ¡precisamente él!, en realidad exista. Una clásica víctima del sesgo de autoselección. Una observación semejante solo puede hacerla alguien que de hecho exista. Quien no existe no puede asombrarse de ello. Es más, exactamente la misma conclusión errónea hace cada año al menos una docena de filósofos que en sus libros se entretienen con que pueda existir algo tan genial como el lenguaje. De todas formas, simpatizo con su asombro, aunque no esté fundado. Si no existiera el lenguaje, los filósofos no podrían asombrarse en absoluto, no, y ni siquiera habría filósofos. El asombro de que haya lenguaje solo es posible en un entorno en que haya lenguaje.
Especialmente divertida fue una encuesta telefónica reciente. Una empresa quería averiguar cuántos teléfonos (fijos y móviles) hay de media en cada hogar. Cuando se analizó la encuesta se sorprendieron de que no hubiera ni un hogar que no poseyera teléfono alguno. ¡Magistral!