A comienzos del siglo XXI aún se asocia arsénico con veneno. Sin embargo, durante los siglos precedentes, cuando la industria farmacéutica aún no había provisto a los médicos del arsenal de medicinas del que disponen hoy día, los compuestos del arsénico, llamados arsenicales, fueron las medicinas milagrosas, capaces de curar todos los males. Mucho antes, desde la época de los faraones y durante milenios, los compuestos del arsénico fueron los pigmentos favoritos para obtener el rojo más brillante, con el rejalgar, y el amarillo más dorado, con el oropimente. No sabemos cuántas víctimas causaron estos pigmentos entre pintores y artesanos, pero sí sabemos que un pigmento descubierto a finales del siglo XVIII, llamado verde Scheele, tiene muchas en su haber.
Karl Wilhelm Scheele, nacido en Suecia en 1742, por su gran intuición y habilidad hizo grandes contribuciones en la recién nacida ciencia de la química. Fue el primero en sintetizar oxígeno y en describir el manganeso, el molibdeno y el cloro, aisló el fósforo de los huesos, identificó y aisló por primera vez el muy peligroso ácido cianhídrico, así como la arsenamina, el compuesto más tóxico del arsénico, y sobrevivió a ambos descubrimientos, a pesar de que una forma de identificación era olerlos y probarlos. Pero lo que le trajo más fama y prosperidad económica fue el descubrimiento del que rápidamente se convirtió en el pigmento verde más famoso, el verde Scheele o arsenito ácido de cobre, CuHAsO3, sintetizado por primera vez en 1775.
El verde Scheele sedujo desde el principio a pintores y fabricantes de tintes para ropa y otros útiles domésticos, era mucho más llamativo y brillante que el pigmento verde empleado hasta entonces, la malaquita. Entre los más famosos usuarios de este verde están el pintor inglés Joseph Turner y el francés Edouard Manet. Este pigmento llegó a ser un habitual en los hogares ingleses de la época victoriana, pero no entró en ellos con las exclusivas obras de Manet y Turner, ni siquiera con los pigmentos de los pasteles que cocineros creativos usaban para decorarlos. Llegó a ellos con los papeles pintados que empezaron a decorar las casas de la floreciente burguesía. En estos papeles el verde era el color favorito, y los pigmentos de arsénico la forma de obtenerlo, de hecho cuatro de cada cinco rollos de papel pintado tenían arsénico.
Aunque desgraciadamente afectó dramáticamente la salud de la gran mayoría de los empleados en las fábricas de papeles pintados que inundaron Gran Bretaña en esos años, el malévolo pigmento no debería haber afectado la de los clientes que lo compraron. Pero la humedad del clima inglés favoreció el crecimiento de un hongo que se alimentaba de la pasta de harina usada como adhesivo de las tiras de papel a la pared. Y estos microorganismos se dedicaron a transformar los enlaces arsénico-oxígeno en enlaces arsénico-carbono, dando lugar a un nuevo compuesto gaseoso y tóxico que pasó a impregnar la atmósfera de las habitaciones, envenenando poco a poco a sus moradores. Habrían de pasar casi cien años hasta que se descubrió la identidad del asesino.
Ya en 1839 el químico alemán Leopold Gmelin, publicó en un periódico berlinés un artículo en el que relacionaba el olor a ratón que impregnaba las habitaciones decoradas con papel pintado verde, con un compuesto volátil de arsénico y advertía que pasar mucho tiempo en ese ambiente era malo para la salud. Nadie le hizo caso, no había pruebas suficientes que mostraran la validez de su hipótesis y si muchos intereses en contra: los de la floreciente industria de los papeles pintados y los de las minas de Devon, en Gran Bretaña, de donde se extraía arsénico.
Habitación con el verde scheele
Dos décadas después el arsénico de los papeles pintados empezó a aparecer en varios informes médicos, en 1860 en el del doctor Fezer del Hospital de Dublín. En 1864 en la revista The Lancer, donde se publicaron varios artículos que daban cuenta de la enfermedad misteriosa que restaba afectando a niños que pasaban mucho tiempo en habitaciones decoradas con papeles verdes y mató a muchos de ellos. En ellos se explicaba que la presencia del pigmento verde solo entrañaba riesgos en un ambiente muy húmedo, pero aún no se conocía la identidad del compuesto tóxico y menos aún de su mecanismo. Numerosas campañas abogaron sin éxito por la supresión de pigmentos con arsénico, porque los arsenicales eran todavía una de las medicinas más empleadas. Recordemos que la solución Fowler patentada por el médico inglés Thomas Fowler en 1780 y cuyo componente principal era el arsénico, que fue consumida de forma habitual por Charles Darwin, se vendió en las farmacias inglesas hasta 1950. Además de su brillante color, que seguía estando de moda, las habitaciones decoradas con estos papeles pintados estaban libres de chinches, animalejos molestos pero más sabios que las personas al elegir decoración.
El gosio verde
El primer estudio decisivo fue realizado en 1891 por el químico italiano Bartolomé Gosio, que intentó identificar el agente tóxico derivado del pigmento verde responsable de la muerte de varios niños. Para ello cultivó hongos y bacterias sobre puré de patatas aderezado con trióxido de arsénico que situó en sótanos húmedos. Tras unos días obtuvo un compuesto arsenical gaseoso que mató a un ratón en pocos minutos. Sus experimentos se repitieron en EE.UU. y sus conclusiones se confirmaron, por lo que el mal que aquejaba a los habitantes de casas de entornos húmedos decoradas con papel pintado con verde Scheele pasó a llamarse enfermedad de Gosio.
Aunque se identificó el origen de la enfermedad, no hubo forma de descubrir al misterioso asesino. Habrían de pasar otros 40 años hasta que en 1931 el profesor Challenger de la Universidad de Leeds, que estudiaba los procesos de metilación biológica del arsénico, decidió investigar la causa de la muerte de un niño de un pueblo próximo, y así dio con el misterioso asesino, la trimetilarsina, compuesto muy parecido a los que él sintetizaba.
¿Significó esto el fin de estos papeles pintados? Supuso el fin de su distribución en Gran Bretaña, pero estos siguieron exportándose a otros países europeos. El negocio era el negocio. Poco después la demanda bajó porque se descubrieron otros pigmentos de origen orgánico más baratos y porque la moda cambió. Eso no hizo que se arrancaran los usados para decorar las casas británicas en la segunda mitad del siglo XIX, de hecho a comienzos del XXI se hallaban aún en algunos hogares escoceses.
Si hubo una posible víctima ilustre de los pigmentos de arsénico del papel pintado esa es Napoleón. Las sospechas serias de asesinato comenzaron cuando en 1840, 19 años después de su muerte, se exhumó su cuerpo y se comprobó que estaba incorrupto, síntoma de envenenamiento por arsénico o antimonio. Los primeros análisis químicos, todavía muy imprecisos, confirmaron las sospechas: la cantidad de arsénico en el cuerpo de Napoleón era muy superior a la de una persona sana. Fue mucho más difícil encontrar un único sospechoso, porque había varias personas interesadas en que Napoleón desapareciera. Por un lado estaban los generales ingleses, los últimos deseosos de una segunda vuelta triunfal del general a Francia. Tampoco podían descartarse los partidarios de la monarquía francesa recién reinstaurada. Pero también había que tener en cuenta al conde Montholon, jefe de la casa de Longwood de Napoleón en Santa Elena y marido de Albine, amante del general en esa época con el que llegó a tener un hijo. Como telón de fondo estaba el verde Scheele. Esta moda también había llegado a la lejana isla de Santa Elena, donde debía haber una humedad relativa tan grande o mayor que la de las casas inglesas, por situarse en medio del océano Atlántico. Y también había cantidades no desdeñables de arsénico en otras dos medicinas de la época: el tartrato emético, compuesto de antimonio recetado para bajar la fiebre, o el terrible calomel o cloruro de mercurio, empleado como laxante. Napoleón siempre había padecido del estómago, de ahí su pose de la mano en la barriga para aliviar sus molestias, y hay constancia de que ambas le fueron administradas.
Para complicar más las cosas, analizando las muestras de cabello tomadas a lo largo de la vida de Napoleón se comprobó que todas tenían cantidades entre 50 y 100 veces superiores a las de una persona sana. Lo más sorprendente era que las que tenían más arsénico eran las que habían sido tomadas entre 1814 y 1815, mucho antes de que Napoleón fuera recluido en Santa Elena.
¿De dónde salió entonces el arsénico del pelo de Napoleón? No se sabe, pero puede que la solución ya la apuntara uno de sus primeros biógrafos: Napoleón, como el gran Mitridates, rey del Ponto, siempre tuvo miedo de ser envenenado, por lo que tomaría arsénico toda su vida para inmunizarse. Está comprobado que el pequeño gran hombre lo hizo, como muchos de sus coetáneos, y que padeció siempre del estómago: gastritis o úlceras que pudieron degenerar en cáncer. Pero tras conquistar medio mundo, crear reinos para su interminable familia, inventar la burocracia del Estado moderno, despertar el fervor de millones de franceses y el desprecio de su adorada e inconveniente Josefina, y ceñirse una corona de emperador, lo más probable es que cuando lo encerraron en un islote en medio de la nada muriera de aburrimiento.